Y a nosotros…nos dieron el Caribe!

A Neruda le regalaron el océano Pacífico, grande, desordenado y azul, se lo dejaron frente a su ventana.

A nosotros, nos regalaron el Mar Caribe, cálido, azul en mil tonos claros, como ese pedazo antes, o después según sea la dirección, de llegar a la playa La Caleta, por la autopista Las Américas.

Y al Caribe, lo hicimos identidad, le pusimos ritmo, son, merengue, bachata, con tambores, guitarras, güiras, acordeones, y trompetas.

Al Caribe le dimos sabor, de habichuelas rojas, moros con cristianos, frito verde o patacón según donde lo preparamos, sancocho, mofongo, mangú o yuca con mojo.

Al Caribe lo hicimos nuestro, de cada uno de los que vivimos en cualquier pedazo de tierra que este mar toque. Así como Neruda y los chilenos que viven en la costa hicieron suyo el Pacífico, desde Punta Arena hasta Iquique. Así como cualquier americano que vive o es de la costa frente al Pacífico, desde la Patagonia hasta Alaska. Cada uno de nosotros hizo de sus aguas, identidad. 

Y aprovechamos esa identidad para separarnos. Los del norte, los del sur, los caribeños, los indígenas, los sajones, los latinos, los negros, los blancos, y así eternamente. Nunca entendimos que la identidad era solo una manera de describirnos, no de distanciarnos.

El propósito de la identidad era enriquecernos, tomar la alegria de unos y juntarla con la productividad de los otros, el propósito de la identidad era “aprendernos” los unos a los otros. Cada uno con su cadaunada, según Unamuno. Compartirnos, enriquecernos, ser más felices, desde la individualidad que nos distingue en un colectivo multicolor. 

Después de todo, el azul del Pacífico, ya esté viniendo por el Canal de Panamá o dándose la vuelta por el estrecho de Magallanes alimenta el azul del Caribe y este a su vez los azules del Atlántico y juntos se cuelan en el Índico y el Antártico. En ese juego se filtran hasta el mar muerto y en cada charquito de agua que encuentren a lo largo y ancho (debería decir redondo?) de este planeta.

Porque las aguas, a diferencia de los seres humanos, sí saben de lo que la une, y a lo que las separa, las aguas lo atraviesan, a veces gentilmente, otras con mucho ímpetu, siempre buscándose entre sí…

Perdonen las imprecisiones geográficas, solo quería escribir algo, pero no tenía el atlas a mano 🤣

Lo que la cuarentena me dejó…

La cuarentena me dejó un saldo a favor. Un deseo de hacer “rollback”, darle “undo” a un montón de cosas en mi vida: 

Primero. Dedicar tantas energías a “construir una carrera profesional” a costa de lo que sea, mi hija, mi familia, mis amigos, mi papá, “mi misma”.

Segundo. Invertir tiempo y energía en vivir  “la vida de los otros” (por cierto ese es el título de una película alemana que me gustó mucho). Trabajar durísimo para moldear esa definición de éxito que me es tan ajena,  pero está tatuada en mi cerebro, porque me ha sido instalada desde que tengo memoria, de por vida: estudia, trabaja, cásate, ten hijos, produce mucho dinero y un gran etcétera, por supuesto, definido por los demás. Termina una creyendo el cuento de que aunque no sea lo que quiere y no tiene por qué hacerlo, DEBE hacerlo. 

Tercero. Vivir para trabajar. No trabajar para vivir. Trabajar 10-12 horas (incluso en cuarentena). No se trata de eso, no puede tratarse de eso. Si no hay balance no sirve, porque quema cerebral y emocionalmente (burnout), te frustras, te cansas, no haces las cosas bien, TE DRENA. 

Durante este período también empecé a entender con muchas fuerzas que hay cosas a las que no quiero regresar. No quiero regresar a pasar tanto tiempo lejos de mi hija, fuera de mi casa. La crianza de mi hija, en este momento de mi vida, es mi principal proyecto, nos quedan unos pocos años hasta que termine de crecer, y quiero pasarlos con ella la mayor cantidad de tiempo posible.

La verdad también debo decir que extrañé mucho mi ayuda con los oficios de la casa (ya se que puedo vivir sin pareja pero no puedo vivir sin la ayuda de la casa). Pero hasta eso de quedarme sin esa ayuda cumplió un propósito en esta cuarentena, el de reconectarme con una parte básica de mi existencia, de la que hacía rato andaba MUY desconectada, es como un entendimiento de que uno tiene que ser capaz de limpiar su propia m@&$a. Literalmente.

Y no es que todo eso no lo supiera, siempre lo he “sabido”, es solo que la cuarentena me hizo el regalo de una conciencia profunda de eso, que no es lo mismo que saberlo. Y me hizo pensar seriamente, que ya es momento de replantearme las cosas, si quiero ver a mi hija crecer y terminar de criarla yo, entonces debo hacer ajustes que me permitan poner mi atención en lo que es verdaderamente importante.